
Por: Álvaro Álvarez Díaz
Con una tranquilidad increíble especialistas y fanáticos se atreven a calificar eventos y espectáculos con adjetivos que parecen de otra galaxia, sin tener en cuenta que la historia está escrita, y de sus páginas no se puede borrar lo acontecido, las hazañas que han marcado casi medio siglo de las series nacionales de béisbol en este país.
Así ocurre cuando un atleta tiene un desempeño estable en UNA temporada, enseguida lo adornamos con calificativos que después resultan ficticios. No es mi propósito mencionar nombre alguno, pretendo hacer algunas observaciones que pudieran constituir modesta sugerencia, aunque la mayoría se resista a tenerlo en cuenta.
Coincido con todos los criterios que ratifican la soberbia demostración del equipo Industriales en la postemporada; cuando muy pocos vaticinaron su clasificación, el elenco azul supo resolver ante los espirituanos (hasta que no demuestren lo contrario no son de los grandes momentos), después frente a los vaqueros de La Habana, hasta entonces, campeones y finalmente en una enconada lucha sobre la grama, lograron vencer a los naranjas de Villa Clara.
Hasta aquí, todo bien; lo que me resulta imposible digerir es la denominación absoluta de: LA MEJOR FINAL DE LA HISTORIA; me niego rotundamente a admitir tal afirmación, por la sencilla razón que expresé al inicio, la historia no se puede borrar de golpe y porrazo, o… ¿será cierto que el privilegio de sentarse detrás de un micrófono permite creerse dueño de la verdad absoluta, y lo peor imponerse al que ve y escucha?
Me atrevo a afirmar que, por suerte, la mayoría de la afición deportiva cubana disfrutó hasta el delirio la final de la trigésimo-octava serie nacional de béisbol que concluyó en el mes de marzo de 1999, cuando fue preciso efectuar hasta el séptimo juego, después que el equipo Santiago de Cuba llegó al Latinoamericano con desventaja 2-3 ante los leones y lograron imponerse en el sexto y en el séptimo partidos para sellar una victoria que será inolvidable.
Primero fue un Norge Luis Vera inmenso, que le propinó espesa lechada de una carrera a cero, donde el estelar receptor Rolando Meriño fue el coprotagonista al botar la pelota del parque en la misma primera entrada; al día siguiente el éxito individual para el derecho de Seboruco, Ormari Romero Turcáz, otro grande del montículo, quien derrotó a los azules 9-0.
En aquella ocasión la nómina de los capitalinos era de lujo; Iván Correa en la receptoría, Antonio Scull en la inicial, Juan Padilla en la intermedia, Germán Mesa en el campo corto, Lázaro Vargas en la antesala, Javier Méndez, Carlos Tabares y Yasser Gómez en los jardines.

Aquello fue apoteósico, no se recuerda algo similar; antes de comenzar el sexto juego todas las autoridades del deporte en la capital estaban organizando la ceremonia de premiación, estaban parqueados frente al Latino 17 jeeps descapotados para pasear el equipo Industriales una vez concluyera el partido, el trofeo que se iba a entregar al equipo ganador pintado de azul, y para el segundo lugar negro ribeteado en rojo. Según ellos todo era cuestión de tiempo.
¡¡¡Increíble!!!, se quedaron con los deseos, la prepotencia los ahogó; después de los 18 CEROS CONSECUTIVOS, salió la inigualable conga santiaguera, desde el parque Latinoamericano hasta el parque central, algo imponente, jamás en la capital se había visto cosa igual.
Verdad, ahora comprendo por que alguien se atrevió a decir que la final de este año entre Villa Clara e Industriales ha sido la mejor de la historia; depende quien sea el ganador. Hay sucesos que algunos prefieren olvidar, sin embargo los santiagueros tuvieron el privilegio de disfrutar la que, el mayor por ciento de la afición cubana cataloga como: INOLVIDABLE.